
Pícaros y caballeros
en
el Siglo de Oro
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¿De qué trata esta sala?
Avanzamos poco más de un siglo después para adentrarnos en las nuevas figuras que surgen en la Literatura Española. Estamos ya al inicio del Siglo XVII (aunque podemos englobar, también, gran parte del Siglo XVI). Llega un nuevo estilo artístico, el barroco, con grandes pintores y artistas dispuestos a impresionar al mundo, pero sobre todo, nacen dos ‘prototipos’ de personajes que, incluso hoy día, siguen existiendo en muchos de nosotros: el pícaro y el caballero.
![]() Las MeninasPor Diego Velázquez, 1656 | ![]() Martirio_de_San_AndrésPor José Ribera, 1628 | ![]() El sueño del caballeroPor Antonio de Pereda, 1816 | ![]() El sueño del patricioPor Bartolomé Esteban Murillo, 1662-1665 |
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El Barroco no sería más que una continuación al Siglo de Oro de las letras españolas, pero en especial significaría la época de mayor auge de la pintura. A pesar de una crisis general que afectó a España en buena medida, la cantidad, calidad y originalidad de las obras pictóricas que produjo sitúan a esta época en lo más alto. Y es, que pensemos en nombres como los de Velázquez, Zurbarán, Murillo, Alonso Cano, José de Ribera o Juan de Valdés Leal, todos ellos bastiones de una generación brillante que elevaría el nivel, más si cabe, de las artes españolas.
La literatura de la época no se quedó atrás. El Barroco fue la época de nacimiento de dos personajes característicos de nuestra literatura: los pícaros y los caballeros. Dos ideales distintos, completamente enfrentados: un personaje que hará cualquier cosa por sobrevivir, sin ningún tipo de principio moral o ética; en el otro lado, un personaje que se entrega a una causa y la defiende a muerte, por muy perjudicial que pueda ser, y siempre con respeto, honor y valor.
Niños comiendo uvas y un melón
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Murillo (1646)

Encontrarte a los pícaros de la manera en la que Murillo los retrata no sería algo sorprendente: tirados en la calle, aprovechándose de cualquier resto de comida tirados allí (o, incluso peor: restos de comida robados de cualquier amo con el que hayan estado antes). Y es que los pícaros eran personajes que encarnaban un rol de anti-heróe; destacaban por sus fechorías (tales como robar, mentir, ser infiel…), que nos son contadas como hazañas y que, sin embargo, llevan implícito un contexto negativo. Normalmente los pícaros suelen provenir de un lugar real (aldeas o pueblos, especialmente). Otro valor que encarnan es el de la deshonra.
Sin embargo, la novela picaresca por excelencia no es otra que la del Lazarillo de Tormes, la epítome de lo que significa este personaje (el pícaro) que, además, sufre una evolución durante la novela: le vemos confiado ante las bondades de su amo al inicio, sin embargo, tras una serie de desencuentros y circunstancias se vuelve todo un pícaro.
De hecho, durante la novela vemos cómo no tiene aliados, es traicionado por casi todos sus amos, siente vergüenza por el trabajo de su madre, etc. Varias circunstancias que lo llevarán a no confiar en nadie y que llevarán a vivir para subsistir.
Joven mendigo
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Murillo (1650)

El sueño del caballero
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Antonio de Perera y Salgado (1655)

Pero por supuesto, no toda la literatura española del Barroco giraría en torno la figura de un personaje: tenemos su total opuesto en la figura del ideal caballeresco. Los caballeros eran personajes que luchaban por unos ideales muy marcados y que llevaban a muerte. En contraposición con los valores negativos de los pícaros, los caballeros destacan por estar llenos de amor, bondad, fidelidad o lealtad: de hecho, la mayoría de ellos se entregan a una causa relacionada con estos valores (el amor a una mujer, la servidumbre a la palabra de Dios, etc). Por lo general, estos personajes suelen ser humanos y cercanos a la gente (mientras que el pícaro era altivo y, como se suele decir, ‘hacía la guerra por su cuenta’).
Fragmento de Amadís de Gaula,
la obra más representativa de los libros de caballería
—Señor, quiero demandaros un don que no os será grave de lo dar.
—Yo lo otorgo —dijo el rey.
—Pues, señor, mandad a Oriana que antes que sea hora de comer pruebe el arco encantado de los leales amadores y la cámara defendida que hasta aquí con su gran tristeza nunca con ella acabar se pudo por mucho que ha sido por nosotros suplicada y rogada, que yo fío tanto en su lealtad y en su gran beldad que allí donde ha más de cien años que nunca mujer, por extremada que de las otras fuese, pudo entrar, entrará ella sin ningún detenimiento, porque yo vi a Grimanesa en tanta perfección como si viva fuese donde está hecha por gran arte con su marido Apolidón, su gran hermosura no iguala con la de Oriana, y en aquella cámara tan defendida a todas se hará la fiesta de nuestras bodas.
El rey le dijo:
—Buen hijo señor, liviano es a mi cumplir lo que pedís, mas he recelo que con ella pongamos alguna turbación en esta fiesta, porque muchas veces acontece y todas las más la grande afición de la voluntad engañar los ojos que juzgan lo contrario de lo que es, y así podría acaecer a vos con mi hija Oriana.
—No tengáis cuidado de eso —dijo Amadís—, que mi corazón me dice que así como lo digo se cumplirá.
—Pues así os place, así sea —dijo el rey.